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jueves, 27 de mayo de 2010

Cita con mi padre.El viaje.

El día que supe que mi padre biológico había muerto, tomé la decisión de “conocerlo”, aunque fuera en esa circunstancia: muerto y en el cajón.
Aunque ya no hubiera posibilidad de alguna relación”normal”, de una interacción real con esa figura fantasma, desconocida e innombrable en casa.
Innombrable, porque era el punto de partida de amargas discusiones, y sin sentido, con mi madre. Ella no entendía esa necesidad mía de hablar de él, no entendía que era mi manera de conocerlo.
Ella lo sufrió vivo, según me contaba en diálogos… ¿o monólogos?...llenos de rabia y rencores no asumidos.
Era su historia de vida con él, que era cierta y válida para ella, como mujer, persona y madre.
Fue una mala historia para ella.
Pero para mí no había historia, ese padre no existía; por muchos años ni siquiera lo había pensado, añorado… ¿Cómo podía?
Si no lo conocía…ni en una foto ajada y perdida en el tiempo, esas en que nadie reconoce a la persona retratada, ni recuerda la ocasión en que fue tomada.
No lo conocía ni siquiera por historias, ya que era nada, no existía en nuestras vidas.
Hasta que llegó el momento de conocerlo.
Una hermana de mi padre llegó a casa con la noticia: habían atropellado a mi padre y estaba muerto.
No recuerdo mi sentir en ese momento, ni recuerdo cómo me lo dijo mi mamá.
Sólo recuerdo que partimos en esas micros antiguas, grandes, repletas de gente, malos olores, malos humores, sin recambio humano, las personas apernadas a sus asientos, con caras serias, asustadas y amargadas, en sincronía con mis sentimientos…parecía que no había final de recorrido, no llegábamos nunca, un viaje eterno y silencioso.
Después de lo que me parecieron horas, vueltas y vueltas por calles desconocidas, extrañas, y con la mente no sé dónde; llegamos a la casa de la tía Melania, hermana de mi padre, en donde era el velatorio.
Entro y me siento como suspendida en el aire, en el tiempo y lugar.
Era una pieza chica, desocupada abruptamente de sus muebles habituales, para recibir ese invitado inesperado y silencioso. Se notaban las marcas de las cosas sacadas y que dejan su huella polvorienta…
Había muchas personas, al medio se veía el ataúd…esperándome…A medida que entraba, las personas preguntaban quién era yo, y les decían: “Es la hija”.
Más sensación de irrealidad… ¿Hija de quién?
Y de extraña desconocida, pasé a ser la protagonista en ese momento. El silencio llenó la habitación.
Y me abrían camino hacia la zona central, hacia el protagonista de esa historia fúnebre.
Ahí iba yo, chica, flaca, de pelo largo y liso, representando mucho menos edad de la que tenía, vestida con unos pantalones y blusa sencillos, observada por todos y esperando mi reacción.
El piso era de unas tablas feas y miserables. Las personas se veían miserables.
Cuando al fin llegué, estaba en un estado tal, que no sentía ni pensaba nada.
Tanta historia y para eso.
No sentir, no pensar.
Vacío.
Y las personas dándome su pésame, diciendo que era un hombre tan bueno.
¿Habrá algún muerto malo?
Y yo, en un acceso de risa contenida, nerviosa, pensaba: ¿Qué hago aquí?
No siento pena ni dolor, y estas personas consolándome.
No hubo un cambio mágico, algo especial que cambiara mi vida, que la tocara.
En ese momento descubrí que era yo la importante, yo y mis sentimientos; los míos, por la vida y por las personas que a mí me interesaran.
No las que se suponen gravitantes como el PADRE.
Y salí de esa humilde pieza dejando atrás un fantasma, a mi padre fantasma…un hombre cualquiera…
Ni recuerdo su cara.
Y seguir con la misma vida, la de siempre…

CarmenRosa

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